La importancia de lo que se esconde
15.4.12
No me gusta hablar ni mucho menos
escribir sobre política. Podría sonar contradictorio
considerando que soy periodista y además nací y crecí en un país
donde de alguna manera la política siempre encuentra la forma de
filtrarse en cualquier conversación, pero es así. Mis reservas
hacia tratar este tipo de temas tienen que ver con esa saturación
que viví en Venezuela, llega un punto en el que simplemente te
hartas de escuchar y hablar sobre las mismas peroratas y, en mi caso,
decides que contribuirás lo menos posible a continuar incluyéndolas
en el día a día. Se dan además porque este, por alguna razón que
desconozco, nunca ha sido uno de mis temas fundamentales de interés
y si bien acepto la importancia de mantenerse informado al respecto,
siempre he pensado que no sé lo suficiente como para extenderme a
hablar de ello, por lo que prefiero en muchos casos quedarme callada
y limitarme a escuchar – cosa que creo que la mayoría de quienes
viven en Venezuela y se la mantienen hablando de política también
deberían hacer.
Sin embargo, algo muy claro para mí es
que si tengo algo que decir, lo digo y precisamente para eso creé
este blog.
Hugo, el alemán izquierdista
Cuando cumplí quince años pedí como
regalo un viaje en vez de fiesta. Mis destinos elegidos fueron la
Isla de Margarita en Venezuela, Cartagena y Santa Marta en Colombia.
En Santa Marta conocí a un chico llamado Hugo, él me llevaba unos
dos o tres años y era alemán, estaba de intercambio en Colombia y
la familia con la que se quedaba lo llevó allá en unas vacaciones.
Mi relación con Hugo pasó de un crush infantil a una amistad
cargada de discusiones interesantes, seguimos en contacto por varios
años y recuerdo en especial una conversación...
Un día, como todo extranjero ante un
venezolano haría, desde su cómodo apartamento en Berlín Hugo me
preguntó por Chávez. Yo le respondí con toda la sinceridad del
mundo y le expliqué claramente no sólo mi experiencia, sino también
mi desacuerdo con su manera de gobernar. Él, en pocas palabras, me
respondió que, conociéndome, no entendía cómo yo podía estar en
contra de un gobierno de izquierda como el de Chávez, con el cual él
no sólo estaba de acuerdo, sino que respetaba, admiraba y apoyaba
como izquierdista que era. Mi indignación no fue normal y nuestra
discusión duró horas, llegando al punto en el que tuve que
apartarme porque eran más mis ganas de montarme en un avión hacia
Berlín para escupirlo que de seguir afirmándole lo perdido que estaba y el poco derecho que tenía para opinar tan firmemente
considerando que nunca había pisado Venezuela y no tenía la más
mínima idea de cuál era su realidad.
Esto pasó hace unos cinco o seis años,
y desde entonces se me olvida cuántas veces he tenido esta misma
discusión con montones de extranjeros, en especial europeos, que se
consideran de izquierda, anti capitalistas, y aplauden desde el
exterior el modelo de “socialismo” que Chávez lleva doce años
intentando venderle al país que gobierna y al resto del mundo.
Camila, la chilena comunista
La primera vez que escuché de Camila
Vallejo quise ser su mejor amiga. Me parecía impresionante y
admirable como había conseguido ponerse al frente de un movimiento
tan importante como el de la lucha de los estudiantes en Chile,
respeté sus ideas, sus maneras y sus peleas y me llené de orgullo
al ver como esta chica le daba una cachetada al machismo latino y a
todos aquellos que dicen que la juventud de hoy no hace nada más que
mirar a sus celulares y compartir estupideces en Tumblr. Yo no fui la
única y de eso estoy segura.
Llegando a Chile y adentrándome más
en todo el tema de la educación mi cariño y respeto hacia ella se
mantuvo. Todo era muy bonito, hasta que Camila visitó Cuba y me pasó
exactamente lo mismo que me ocurrió con Hugo al escuchar cuán
visionario le había parecido Fidel Castro, el ejemplo que este representa y como todo en Cuba está pensado para beneficiar al pueblo, algo
que para ella no se compara en nada con el modelo neoliberal chileno que no responde en lo absoluto a los intereses de la mayoría.
Yo no conozco Cuba, nunca lo he pisado,
no he visto jamás en primera persona cuál es su realidad, pero
si me dejo llevar por los cuentos que he escuchado directamente de la
boca de quienes han vivido y literalmente escapado de ese país,
puedo estar segura que no es en nada el paraíso libre y sin
represión que Camila describe y que Fidel no es ningún visionario
ni ejemplo de lucha sino un arrogante e intolerante dictador que se
esconde tras una visión retrógrada y represiva de la política.
Al otro lado de la ventana
Para mí el mundo nunca ha sido blanco
y negro, sino que al contrario, cuenta con montones de matices. Nunca
en mi vida me he considerado pro capitalismo, tampoco socialista,
anarquista, comunista ni nada. Lo que expresaré a continuación no lo digo para ponerme de un lado o de otro, sino para contar mi experiencia respecto a algo que muchos defienden sin conocer. Una cosa es lo que uno lee en los libros, ve en la tele o saca de internet. Otra cosa muy distinta es lo que se ve en la práctica, lo real y lo tangible.
No me gustan los políticos, no creo
en ellos, a algunos quizás los respete un poco más que a otros pero
en mi vida jamás me he sentido identificada ni he apoyado fielmente
a ninguno, sea de la posición que sea. Lo mismo me pasa con las ideologías, si bien acepto las cosas buenas que pueda
tener cada una, no puedo dejar de notar y criticar sus cosas malas hasta el punto en que ninguna me parece ser el camino a la verdad o la gran solución, ni siquiera creo que se acerquen a ello, y
si bien respeto las opiniones y posiciones de cada quien – siempre
y cuando no lleguen al fanatismo – a mí las ideologías políticas,
así como los políticos, me parecen todas una
gran bola de mierda, algunos en mayor medida que otros pero mierda al
fin, nada que esté dispuesta a defender con todo mi corazón.
Viví en Venezuela la mayor parte de mi
vida. Recuerdo exactamente el día que Chávez ganó las elecciones y
el sentimiento de esperanza que se veía entre mis papás, los
adultos más cercanos a mí en aquel entonces, quienes como millones
más votaron por él y confiaron en su palabra. Yo tenía diez años entonces y no sabía absolutamente nada de política, no me
interesaba, no tenía idea quién era ese tipo, qué había
hecho ni qué decía que iba a hacer.
Llegaron el paro petrolero y los despidos masivos, pero para
mí la política seguía siendo algo muy lejano. Recuerdo que tuve
unas vacaciones muy largas del colegio y que cuando regresé varios
de los niños que estudiaban conmigo comentaban que quizás no
volverían el año siguiente, sus papás se habían quedado sin
trabajo y ya no podían pagar la matrícula, sin embargo, como toda
pre adolescente egoísta lo que no me afectaba directamente a mí no
era importante.
Fue pasando el tiempo y fui viendo como
mis primos, tíos y papás de varios de mis amigos, quienes
anteriormente vivían muy bien, no sólo se quedaron sin trabajo sino
que tuvieron que intentar mantener a sus familias vendiendo galletas
o recargando cartuchos de impresoras hasta que consiguieron salir del
país en busca de algo mejor o montaron sus propios negocios que nada
tenían que ver con el petróleo. Me di cuenta de lo comunes que se
iban volviendo entre mi familia y amigos las historias de asaltos,
asesinatos y secuestros hasta que eventualmente a mí me pusieron una
pistola en la frente y me quitaron de todo en un bus camino a
la universidad, hasta que al ex novio de una de mis mejores amigas lo
mantuvieron secuestrado por mes y medio, hasta que al papá de un
conocido lo asesinaron por no querer entregar su camioneta tan
fácilmente. Escuché a mis papás hablando acerca de los recortes de
presupuesto cada vez más grandes que se iban haciendo en las
universidades donde ellos daban clases, tuve que posponer vacaciones porque el cupo de dólares no alcanzaba,
ver cómo mi mesada no sólo dejó de aumentar, sino que se iba
reduciendo, escuchar muchas más negativas de mis padres cuando pedía
ropa nueva o dinero para un viaje, ver como las salidas a cenar todos
los domingos pasaron poco a poco de un buen restaurante, a una pizza,
a un shawarma por persona una vez al mes.
Vi a mis compañeros de la universidad
protestando por el cierre de RCTV, supe lo que se sentía que la Guardia Nacional te
lanzara botellas y bombas lacrimógenas encima, como si fueras alguna clase de terrorista, en una de esas
protestas. Terminé la universidad y no conseguí trabajo, cuando lo
conseguí me di cuenta que el mayor salario al que podía aspirar se
acercaba mucho más a lo que mi papá gastaba cada mes en el
supermercado haciendo compra para nuestra familia de cinco que a lo
que necesitaba para tan siquiera soñar en independizarme. Fui al súper mercado y noté como mientras iba pasando
el tiempo iban desapareciendo misteriosamente toda clase de
productos, desde los six pack de pudines que me compraban para mis
meriendas cuando pequeña hasta algo tan básico como la leche, el
azúcar, el aceite y la súper esencial y súper venezolana Harina Pan. Todas estas cosas durante el gobierno de Chávez.
Vi sus
cadenas, leí sus declaraciones y me enfurecí al descubrir cómo él
y sus seguidores describían un país que en la realidad no existía,
cómo ignoraban la delincuencia que nos estaba matando lentamente,
cómo hablaban de una bonanza económica que nadie además de unos
cuantos funcionarios corruptos percibía, cómo le echaban la culpa
de todo al imperialismo y el capitalismo mientras elogiaban el modelo cubano y
hablaban una y otra vez de un fulano “socialismo del siglo XXI”.
Vi cómo regalaba el principal ingreso
financiero de nuestro país a Nicaragua, China, Cuba, Bolivia y quién
sabe a quién más mientras todos nos íbamos haciendo más pobres y Chávez sólo se preocupaba por engañarnos con "Misiones" y ayudas inverosímiles que no hacen más que promover el facilismo que tanto nos gusta a los venezolanos: "Yo sé que tienes siete hijos y vives en un rancho en Petare, pero mira la lavadora nueva que te regalé ¿No está bonita?".
La verdad los hará libres
Yo sé lo que es vivir en el
“socialismo del siglo XXI”. Lo viví durante doce años. Vi cómo
cambió al país que conocía y lo convirtió en lo que es hoy.
Me impresioné cada vez que di un paso
afuera de Venezuela, y más aún cuando llegué a vivir a Chile y me
di cuenta cómo las cosas funcionaban. Sentí la seguridad de sacar
mi celular en la calle, la comodidad de montarte en un metro o un
autobús que no sólo anda como tiene que andar, sino que está en
condiciones lo suficientemente buenas como para que te acomodes en él
tranquilamente, caminé de noche por aceras algunas veces llenas de
gente y otras bastante vacías con la seguridad de que nadie me iba a
atajar por detrás con una pistola, fui al supermercado y vi
productos que no había visto en años, conseguí trabajo y descubrí
que el sencillo sueldo que me ofrecían para comenzar me alcanzaba para
alquilar mi propio apartamento, mantenerme e incluso ahorrar un poco.
Todo
esto lo he vivido y lo he comparado con la realidad de la que vengo y
debo decir que aún no salgo de mi asombro. Es verdad que no todo es
perfecto y maravilloso, ni cerca, pero ciertamente es mucho mejor.
Es aquí entonces cuando digo: que
fácil es apoyar a un Chávez o un Fidel desde un país donde la
situación se acerca más a la que unos definirían como “primer
mundo” que al subdesarrollo. Que bonito es llamarse a sí mismo
socialista, anti capitalista, comunista, izquierdista o lo que sea,
cuando se lee a Marx desde un iPad, con una conexión a internet
mayor a los 2mbps sentado tranquilamente en una estación del metro.
Que rico es decir que las medidas políticas y de inclusión social
de Chávez son ejemplares cuando lees las noticias en la página de
algún medio de comunicación de tu país donde puedes sacar
tranquilamente tu iPhone mientras te sientas en
una plaza a comerte las Pop Tarts que compraste en el súpermercado – producto que en Venezuela, cuando por casualidad llega,
te cuesta el equivalente a unos 20 dólares – sin miedo de que
llegue alguien a apuntarte con un arma y te deje hasta sin zapatos.
Uno no conoce la realidad de un país
hasta que la ve desde adentro. Entonces a todo aquel que lea algo
como esto desde su casa en Estados Unidos, en Chile o en Inglaterra,
le parece que su país está jodido por el capitalismo o cualquier
otra razón y piensa que soy una pobre ignorante porque el mundo está
mal sin importar donde vivas, yo le digo esto: Que bueno
que tengas tus opiniones, que bueno que cuestiones lo que pasa en el
lugar en donde estás, que bueno que desees algo mejor de lo que
tienes, excelente que te identifiques con alguna ideología y la
defiendas, no pierdas eso jamás porque son pensamientos que valen
oro. Es cierto que el mundo está mal, pero
date cuenta de que lo que tú ves desde afuera es muy diferente a lo
que vemos los que lo hemos vivido y esas ideas que ves como la solución a todos tus problemas son, en la realidad, nada más que un fraude, porque el ser humano siempre va a encontrar la manera de cagar todo en la práctica.
Antes de defender a capa y espada
ese modelo/dirigente político de Venezuela, Cuba o donde sea que tan ejemplar te
parece, date una buena vuelta por alguno de esos países, o al menos
siéntate a hablar con gente que provenga de ellos, conoce qué
tienen que decir al respecto, infórmate sobre lo que en verdad pasa
y no te quedes sólo con esa imagen que estás viendo desde el
exterior en tu televisor LCD.
Puede que te sorprenda cómo es en verdad la situación y
cómo actúa realmente ese visionario líder que tanto dices respetar
sin siquiera conocer.
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