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La importancia de lo que se esconde




No me gusta hablar ni mucho menos escribir sobre política. Podría sonar contradictorio considerando que soy periodista y además nací y crecí en un país donde de alguna manera la política siempre encuentra la forma de filtrarse en cualquier conversación, pero es así. Mis reservas hacia tratar este tipo de temas tienen que ver con esa saturación que viví en Venezuela, llega un punto en el que simplemente te hartas de escuchar y hablar sobre las mismas peroratas y, en mi caso, decides que contribuirás lo menos posible a continuar incluyéndolas en el día a día. Se dan además porque este, por alguna razón que desconozco, nunca ha sido uno de mis temas fundamentales de interés y si bien acepto la importancia de mantenerse informado al respecto, siempre he pensado que no sé lo suficiente como para extenderme a hablar de ello, por lo que prefiero en muchos casos quedarme callada y limitarme a escuchar – cosa que creo que la mayoría de quienes viven en Venezuela y se la mantienen hablando de política también deberían hacer.

Sin embargo, algo muy claro para mí es que si tengo algo que decir, lo digo y precisamente para eso creé este blog.

Hugo, el alemán izquierdista

Cuando cumplí quince años pedí como regalo un viaje en vez de fiesta. Mis destinos elegidos fueron la Isla de Margarita en Venezuela, Cartagena y Santa Marta en Colombia. En Santa Marta conocí a un chico llamado Hugo, él me llevaba unos dos o tres años y era alemán, estaba de intercambio en Colombia y la familia con la que se quedaba lo llevó allá en unas vacaciones. Mi relación con Hugo pasó de un crush infantil a una amistad cargada de discusiones interesantes, seguimos en contacto por varios años y recuerdo en especial una conversación...

Un día, como todo extranjero ante un venezolano haría, desde su cómodo apartamento en Berlín Hugo me preguntó por Chávez. Yo le respondí con toda la sinceridad del mundo y le expliqué claramente no sólo mi experiencia, sino también mi desacuerdo con su manera de gobernar. Él, en pocas palabras, me respondió que, conociéndome, no entendía cómo yo podía estar en contra de un gobierno de izquierda como el de Chávez, con el cual él no sólo estaba de acuerdo, sino que respetaba, admiraba y apoyaba como izquierdista que era. Mi indignación no fue normal y nuestra discusión duró horas, llegando al punto en el que tuve que apartarme porque eran más mis ganas de montarme en un avión hacia Berlín para escupirlo que de seguir afirmándole lo perdido que estaba y el poco derecho que tenía para opinar tan firmemente considerando que nunca había pisado Venezuela y no tenía la más mínima idea de cuál era su realidad.

Esto pasó hace unos cinco o seis años, y desde entonces se me olvida cuántas veces he tenido esta misma discusión con montones de extranjeros, en especial europeos, que se consideran de izquierda, anti capitalistas, y aplauden desde el exterior el modelo de “socialismo” que Chávez lleva doce años intentando venderle al país que gobierna y al resto del mundo.

Camila, la chilena comunista

La primera vez que escuché de Camila Vallejo quise ser su mejor amiga. Me parecía impresionante y admirable como había conseguido ponerse al frente de un movimiento tan importante como el de la lucha de los estudiantes en Chile, respeté sus ideas, sus maneras y sus peleas y me llené de orgullo al ver como esta chica le daba una cachetada al machismo latino y a todos aquellos que dicen que la juventud de hoy no hace nada más que mirar a sus celulares y compartir estupideces en Tumblr. Yo no fui la única y de eso estoy segura.



Llegando a Chile y adentrándome más en todo el tema de la educación mi cariño y respeto hacia ella se mantuvo. Todo era muy bonito, hasta que Camila visitó Cuba y me pasó exactamente lo mismo que me ocurrió con Hugo al escuchar cuán visionario le había parecido Fidel Castro, el ejemplo que este representa y como todo en Cuba está pensado para beneficiar al pueblo, algo que para ella no se compara en nada con el modelo neoliberal chileno que no responde en lo absoluto a los intereses de la mayoría.

Yo no conozco Cuba, nunca lo he pisado, no he visto jamás en primera persona cuál es su realidad, pero si me dejo llevar por los cuentos que he escuchado directamente de la boca de quienes han vivido y literalmente escapado de ese país, puedo estar segura que no es en nada el paraíso libre y sin represión que Camila describe y que Fidel no es ningún visionario ni ejemplo de lucha sino un arrogante e intolerante dictador que se esconde tras una visión retrógrada y represiva de la política.

Al otro lado de la ventana

Para mí el mundo nunca ha sido blanco y negro, sino que al contrario, cuenta con montones de matices. Nunca en mi vida me he considerado pro capitalismo, tampoco socialista, anarquista, comunista ni nada. Lo que expresaré a continuación no lo digo para ponerme de un lado o de otro, sino para contar mi experiencia respecto a algo que muchos defienden sin conocer. Una cosa es lo que uno lee en los libros, ve en la tele o saca de internet. Otra cosa muy distinta es lo que se ve en la práctica, lo real y lo tangible.

No me gustan los políticos, no creo en ellos, a algunos quizás los respete un poco más que a otros pero en mi vida jamás me he sentido identificada ni he apoyado fielmente a ninguno, sea de la posición que sea. Lo mismo me pasa con las ideologías, si bien acepto las cosas buenas que pueda tener cada una, no puedo dejar de notar y criticar sus cosas malas hasta el punto en que ninguna me parece ser el camino a la verdad o la gran solución, ni siquiera creo que se acerquen a ello, y si bien respeto las opiniones y posiciones de cada quien – siempre y cuando no lleguen al fanatismo – a mí las ideologías políticas, así como los políticos, me parecen todas una gran bola de mierda, algunos en mayor medida que otros pero mierda al fin, nada que esté dispuesta a defender con todo mi corazón.

Viví en Venezuela la mayor parte de mi vida. Recuerdo exactamente el día que Chávez ganó las elecciones y el sentimiento de esperanza que se veía entre mis papás, los adultos más cercanos a mí en aquel entonces, quienes como millones más votaron por él y confiaron en su palabra. Yo tenía diez años entonces y no sabía absolutamente nada de política, no me interesaba, no tenía idea quién era ese tipo, qué había hecho ni qué decía que iba a hacer.

Llegaron el paro petrolero y los despidos masivos, pero para mí la política seguía siendo algo muy lejano. Recuerdo que tuve unas vacaciones muy largas del colegio y que cuando regresé varios de los niños que estudiaban conmigo comentaban que quizás no volverían el año siguiente, sus papás se habían quedado sin trabajo y ya no podían pagar la matrícula, sin embargo, como toda pre adolescente egoísta lo que no me afectaba directamente a mí no era importante.

Fue pasando el tiempo y fui viendo como mis primos, tíos y papás de varios de mis amigos, quienes anteriormente vivían muy bien, no sólo se quedaron sin trabajo sino que tuvieron que intentar mantener a sus familias vendiendo galletas o recargando cartuchos de impresoras hasta que consiguieron salir del país en busca de algo mejor o montaron sus propios negocios que nada tenían que ver con el petróleo. Me di cuenta de lo comunes que se iban volviendo entre mi familia y amigos las historias de asaltos, asesinatos y secuestros hasta que eventualmente a mí me pusieron una pistola en la frente y me quitaron de todo en un bus camino a la universidad, hasta que al ex novio de una de mis mejores amigas lo mantuvieron secuestrado por mes y medio, hasta que al papá de un conocido lo asesinaron por no querer entregar su camioneta tan fácilmente. Escuché a mis papás hablando acerca de los recortes de presupuesto cada vez más grandes que se iban haciendo en las universidades donde ellos daban clases, tuve que posponer vacaciones porque el cupo de dólares no alcanzaba, ver cómo mi mesada no sólo dejó de aumentar, sino que se iba reduciendo, escuchar muchas más negativas de mis padres cuando pedía ropa nueva o dinero para un viaje, ver como las salidas a cenar todos los domingos pasaron poco a poco de un buen restaurante, a una pizza, a un shawarma por persona una vez al mes.

Vi a mis compañeros de la universidad protestando por el cierre de RCTV, supe lo que se sentía que la Guardia Nacional te lanzara botellas y bombas lacrimógenas encima, como si fueras alguna clase de terrorista, en una de esas protestas. Terminé la universidad y no conseguí trabajo, cuando lo conseguí me di cuenta que el mayor salario al que podía aspirar se acercaba mucho más a lo que mi papá gastaba cada mes en el supermercado haciendo compra para nuestra familia de cinco que a lo que necesitaba para tan siquiera soñar en independizarme. Fui al súper mercado y noté como mientras iba pasando el tiempo iban desapareciendo misteriosamente toda clase de productos, desde los six pack de pudines que me compraban para mis meriendas cuando pequeña hasta algo tan básico como la leche, el azúcar, el aceite y la súper esencial y súper venezolana Harina Pan. Todas estas cosas durante el gobierno de Chávez.

Vi sus cadenas, leí sus declaraciones y me enfurecí al descubrir cómo él y sus seguidores describían un país que en la realidad no existía, cómo ignoraban la delincuencia que nos estaba matando lentamente, cómo hablaban de una bonanza económica que nadie además de unos cuantos funcionarios corruptos percibía, cómo le echaban la culpa de todo al imperialismo y el capitalismo mientras elogiaban el modelo cubano y hablaban una y otra vez de un fulano “socialismo del siglo XXI”.

Vi cómo regalaba el principal ingreso financiero de nuestro país a Nicaragua, China, Cuba, Bolivia y quién sabe a quién más mientras todos nos íbamos haciendo más pobres y Chávez sólo se preocupaba por engañarnos con "Misiones" y ayudas inverosímiles que no hacen más que promover el facilismo que tanto nos gusta a los venezolanos: "Yo sé que tienes siete hijos y vives en un rancho en Petare, pero mira la lavadora nueva que te regalé ¿No está bonita?".

La verdad los hará libres

Yo sé lo que es vivir en el “socialismo del siglo XXI”. Lo viví durante doce años. Vi cómo cambió al país que conocía y lo convirtió en lo que es hoy.

Me impresioné cada vez que di un paso afuera de Venezuela, y más aún cuando llegué a vivir a Chile y me di cuenta cómo las cosas funcionaban. Sentí la seguridad de sacar mi celular en la calle, la comodidad de montarte en un metro o un autobús que no sólo anda como tiene que andar, sino que está en condiciones lo suficientemente buenas como para que te acomodes en él tranquilamente, caminé de noche por aceras algunas veces llenas de gente y otras bastante vacías con la seguridad de que nadie me iba a atajar por detrás con una pistola, fui al supermercado y vi productos que no había visto en años, conseguí trabajo y descubrí que el sencillo sueldo que me ofrecían para comenzar me alcanzaba para alquilar mi propio apartamento, mantenerme e incluso ahorrar un poco. 

Todo esto lo he vivido y lo he comparado con la realidad de la que vengo y debo decir que aún no salgo de mi asombro. Es verdad que no todo es perfecto y maravilloso, ni cerca, pero ciertamente es mucho mejor.

Es aquí entonces cuando digo: que fácil es apoyar a un Chávez o un Fidel desde un país donde la situación se acerca más a la que unos definirían como “primer mundo” que al subdesarrollo. Que bonito es llamarse a sí mismo socialista, anti capitalista, comunista, izquierdista o lo que sea, cuando se lee a Marx desde un iPad, con una conexión a internet mayor a los 2mbps sentado tranquilamente en una estación del metro. Que rico es decir que las medidas políticas y de inclusión social de Chávez son ejemplares cuando lees las noticias en la página de algún medio de comunicación de tu país donde puedes sacar tranquilamente tu iPhone mientras te sientas en una plaza a comerte las Pop Tarts que compraste en el súpermercado – producto que en Venezuela, cuando por casualidad llega, te cuesta el equivalente a unos 20 dólares – sin miedo de que llegue alguien a apuntarte con un arma y te deje hasta sin zapatos.

Uno no conoce la realidad de un país hasta que la ve desde adentro. Entonces a todo aquel que lea algo como esto desde su casa en Estados Unidos, en Chile o en Inglaterra, le parece que su país está jodido por el capitalismo o cualquier otra razón y piensa que soy una pobre ignorante porque el mundo está mal sin importar donde vivas, yo le digo esto: Que bueno que tengas tus opiniones, que bueno que cuestiones lo que pasa en el lugar en donde estás, que bueno que desees algo mejor de lo que tienes, excelente que te identifiques con alguna ideología y la defiendas, no pierdas eso jamás porque son pensamientos que valen oro. Es cierto que el mundo está mal, pero date cuenta de que lo que tú ves desde afuera es muy diferente a lo que vemos los que lo hemos vivido y esas ideas que ves como la solución a todos tus problemas son, en la realidad, nada más que un fraude, porque el ser humano siempre va a encontrar la manera de cagar todo en la práctica.

Antes de defender a capa y espada ese modelo/dirigente político de Venezuela, Cuba o donde sea que tan ejemplar te parece, date una buena vuelta por alguno de esos países, o al menos siéntate a hablar con gente que provenga de ellos, conoce qué tienen que decir al respecto, infórmate sobre lo que en verdad pasa y no te quedes sólo con esa imagen que estás viendo desde el exterior en tu televisor LCD.

Puede que te sorprenda cómo es en verdad la situación y cómo actúa realmente ese visionario líder que tanto dices respetar sin siquiera conocer.

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