Con la tecnología de Blogger.

Cuentos de Hadas y Muertes Anunciadas


No recuerdo jamás haber estado a favor de la pena de muerte, básicamente porque considero a la muerte no como un castigo, sino como algo que ocurre naturalmente, y el imponérsela a una persona, por más mal que haya hecho, es para mí el equivalente a un “get out of jail free card”. En algún momento esa persona se tenía que morir, y en vez de castigarlo adecuadamente, al darle la pena de muerte le estamos ahorrando todo el trabajo de arrepentirse o al menos pagar por lo que hizo dándole un buen descanso.

Sin embargo, este es un tema complicado, y así como cualquier otro, las opiniones al respecto están en gran parte condicionadas por la realidad que conoces.

En Venezuela la pena máxima es de 30 años. No importa lo que hagas, no importa a quién, cuántos, ni de qué manera los mates, lo más que conseguirás en la cárcel serán 30 años. Eso, por supuesto, suponiendo que de verdad te atrapen y te encarcelen, lo cual es tan raro que la idea hasta da risa: En los últimos 14 años sólo unas quince mil personas han sido procesadas por homicidio, un chiste, considerando que en ese tiempo han ocurrido 155mil asesinatos en el país.

Asumiendo entonces que tengas la suerte de terminar en la cárcel por ese crimen que cometiste, si tienes el suficiente dinero o conexiones sólo será necesario sobornar a unos cuantos para zafarte de la pena. Si esto no es posible siempre puedes escaparte y si aún así no triunfas en ello, no te preocupes, que con la suficiente astucia y si no te molesta mucho el hacinamiento, conseguirás vivir mejor dentro de la cárcel que fuera de ella, pudiendo obtener un buen dinerito del tráfico de armas y drogas desde ella, lo cual te permitirá mantenerte tranquilo hasta que consigas salir.

Con tanta impunidad allá afuera, no es difícil entender por qué son tantos los venezolanos que fantasean con la muerte como castigo.

Es por eso que entiendo a todos aquellos que veo por ahí esperando ansiosamente la muerte de Chávez.

Sin embargo, este caso es mucho más complejo que el de una persona “recibiendo lo que se merece”.

Si bien a mí personalmente no me apena en lo absoluto su situación, tampoco es algo que me alegra. Cuando digo que no me parece bien sentirse feliz por lo que parece la inminente muerte de Chávez no lo digo sólo por una cuestión moral de no ver como correcto el desearle mal a otro. Lo digo por lo que siento que le espera a mi país si ello llega a ocurrir.

Si Chávez muere el chavismo deja de existir. Todos sabemos muy bien que sin su omnipotente líder este no es nada más que un gran y frágil castillo de papel.

Si Chávez muere cada uno de sus fieles seguidores quedará sin su comandante, su líder y más importante aún, sin su sustento.

Cuando Chávez muera Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no van a importar en nada. No me extrañaría siquiera que entre ellos mismos comenzaran una pelea infantil alimentada por celos y malcriadeces.


El comandante se preocupó lo suficiente durante su vida y su mandato para dejar claro que él es el que manda y que sin él no hay revolución. Que haya nombrado a otro como su sucesor no interesa porque nadie tiene ni tendrá el poder que tiene Chávez, porque nadie sabe enamorar a las masas como él lo hace y simplemente nadie, ni siquiera sus más fieles discípulos, serán  capaces de ocupar ese espacio vacío en el corazón del pueblo.


De más está decir que al socialismo le encantan los mártires y que Chávez será uno de ellos una vez que muera; una figura mítica y precursora del cambio de esas que también nos encantan a los venezolanos, pero eso no es lo que preocupa. Lo que preocupa es que una vez que ese hombre dé su último aliento - si es que no lo ha dado ya - cada uno de sus fieles luchará con todo lo que puede por obtener al menos un pedacito de ese trono y es ahí cuando empezarán los verdaderos problemas.

Entre tanto chavista mantenido no serán pocos los que salgan corriendo en busca de otra cartera de la cual chupar, y serán muchos más los que sacarán los cuchillos y empezarán a lanzar puñaladas a diestra y siniestra, porque todos estamos claros que entre tanto amor profeso al comandante lo que más hay son unas ganas enormes de arrimarse al poder y la riqueza que este arrastró.

No quiero ponerme de alarmista y espero en verdad equivocarme respecto a todo esto, pero el presentimiento de que lo que vendrá en caso de que muera Chávez será un baño de sangre - figurativo, espero - no lo tengo sólo yo.

Y no, de nada vale esperar a que en medio de esa guerra intenverga equis “organismo internacional” a salvarnos, porque es precisamente esa mentalidad de andar esperando al mesías todopoderoso que viene a arreglar todo por nosotros y llevarnos en brazos hasta la felicidad y la prosperidad lo que ha metido ha Venezuela en todo este enredo.

A veces siento que mi país es como ese estereotipo horrible de la mujer ilusa que creció viendo demasiadas películas de Disney. Aquella que pasa su vida esperando al caballero en armadura y caballo blanco que venga a arreglar todos sus problemas y la lleve a vivir feliz para siempre.

Yo, que conozco a mi país, sé que este merece mucho más que cuentos de hadas que no se cumplen.

Un poco de humble bragging para empezar el año


Humble Brag: Afirmación en la que se pretende ser modesto pero que en realidad es usada para alardear respecto al éxito o logros personales. 
La verdad es que nunca he sido muy buena con las resoluciones de año nuevo, a veces he llegado a pensar incluso que todos somos iguales en este sentido y ese tema del papelito con las metas y objetivos para el año que comienza no es más que un invento para hacernos perder el tiempo y castigarnos el siguiente 31 de diciembre por no haber cumplido nada.

Así que después de darle unas cuantas vueltas al asunto he decidido que ni me interesan esas resoluciones, que no voy a anotar nada y que simplemente voy a seguir haciendo las cosas porque se me antojan.

No creo que para uno ser mejor persona, estar más saludable o trabajar en lo que en verdad le apasiona se necesite proponérselo cada 1 de enero.



Sin embargo, eso no significa que no vaya a hacer nada para rememorar el año que termina. Yo, que soy fanática de los recuentos, lo necesito, así que a continuación he decidido recordar todo aquello que me hizo bien en 2012, lo más bonito, lo que más me lleno de orgullo y todo lo que alcancé a cumplir, sin tener que plantearme ninguna resolución ni usar pantaletas amarillas para atraer la buena fortuna.

Definitivamente lo más importante, no sólo en 2012 sino en mis cortitos 23 años de vida, ha sido mudarme a Santiago. Para mí, que desde que tengo memoria quise abandonar mi amada Venezuela para salir a recorrer el mundo, el reto de mudarme a una ciudad y un país donde conocía al gran total de tres personas no fue atemorizante en ningún momento sino algo que tenía que pasar.

Como siempre les digo a todos: A diferencia de la mayoría, yo no dejé mi país porque tuviera que hacerlo, sino porque siempre lo quise, porque el mundo es muy grande y yo no puedo no conocerlo. No me daba miedo irme, me daba miedo estancarme.

De ahí en adelante no sólo logré conseguir un trabajo y establecerme dentro de esta enorme y preciosa ciudad, sino que además conseguí un lindo grupo de amigos, que si bien puede parecer pequeño, me ha aportado muchísimo más en estos diez meses de lo que pudieron hacerlo la mayoría de las personas que he conocido en toda mi vida.

Este año lo pasé haciendo una de las cosas que más satisfacción me dan en la vida: Asistir a conciertos. Probé lo que sería mi primer festival de música, vi y volví a ver a algunas de mis bandas y artistas favoritos, conocí a muchos que no cachaba de antes y hasta cambié mis opiniones respecto a algunos luego de verlos de frente.

Quizás no conseguí viajar tanto como me hubiese gustado, pero aún así conocí lugares geniales y pasé ratos excelentes, además de empezar a planear los viajes que definitivamente tendré en este 2013 y que prometen ser mucho más sustanciosos.

En 2012 aprendí a dejar atrás aquello y aquellos que no me dejaban avanzar, y si bien aún queda uno que otro muertito por ahí que aún sigo arrastrando, el peso se hace cada día menor, algo que va completamente acorde con la vida simple que he decidido que quiero para mí y en la cual he estado trabajando desde que comenzó el año.

Entendí lo verdaderamente bonito que es ser espontáneo y no cerrarse a ninguna posibilidad, que es posible hacer cualquier cosa simplemente porque se te antojó hacerlo, y que las explicaciones no se las debes a nadie y en muchos casos, ni siquiera existen o tienen por qué existir.

Sin embargo, creo que lo más importante de este año fue aprender la importancia y el disfrute que conlleva estar sola. Para una persona que hasta hace dos años veía terrible el ir al cine o comer sin acompañantes, el salto hacia la soledad deliberada fue uno grande, pero sumamente satisfactorio.
Todavía queda camino, pero he aprendido a no avergonzarme de mí misma y a dejar de ser tan exigente respecto a mí y mis errores.

Este año maduré de golpe, y sin embargo, conseguí la manera de seguir siendo una niña. Podré tener 23 años, vivir sola y todo el cuento de la mujer independiente, pero aún me siento como si tuviera 18 recién cumplido y todo fuera nuevo, maravilloso y divertidísimo, cosa que espero no cambiar jamás.

Para 2013 hay muchísimas cosas que quiero hacer e intentar, mas me rehúso a ver estas como resoluciones pues no quiero sentirme obligada a perseguirlas si por alguna razón dejan de llamar tanto mi atención. Como dije en un principio, si voy a hacer algo será porque así se me apetezca.

En fin, son muchas las cosas de las que puedo enorgullecerme, cosa que todos deberíamos hacer, porque dónde está la gracia en esconder los logros propios.

Así que tú ¿De qué tienes que alardear en este comienzo de año?