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Nos están matando


O mejor dicho, nos estamos matando.

Cuando me preguntan en Chile por qué me fui, y ello surge todo el tiempo, enumero varias razones: Me gusta viajar, siempre quise mudarme, quería mejores oportunidades y por supuesto, la inseguridad.

Aquí no se creen los cuentos que les echo respecto a ese último y tan importante factor.

Aquí, en Santiago de Chile, les parece impresionante que me hayan asaltado a punta de pistola en un bus camino a la universidad un día cualquiera a las dos de la tarde. Se asombran cuando les cuento que a mi mejor amiga le robaron el carro en una farmacia y que a mi profesor de química en el colegio lo mataron frente a su familia en un restaurant, sólo por estar ahí en el momento en que a unos malandros se les ocurrió atracar el sitio.

Cuando vives en Venezuela no sólo conoces esas historias y muchas peores, sino que las has vivido y lo menos que hacen es sorprenderte.

Nos estamos matando y lo peor del caso, es que nos hemos acostumbrado a ello.

No es nada sencillo vivir con miedo. No es fácil salir a la calle y dudar de si vas a regresar a tu casa esa noche. No es fácil pasar tu vida asumiendo lo peor de cada persona con la que te cruzas por la calle, porque la experiencia te ha enseñado que hasta quien menos esperas puede meterte un tiro en la cabeza por nada más que el celular que cargas escondido en los bolsillos. Eso no lo sabe el resto del mundo, pero nosotros lo vemos como normal.

"Venezuela, el mejor país que hay" dicen algunos. Me van a disculpar, pero hasta donde yo sé el mejor país es aquel que te permite vivir en paz y en el nuestro ya esa palabra ni se usa. Venezuela tiene todo el potencial de serlo, y quizás alguna vez lo fue, pero hoy por hoy le falta bastante para merecer ser llamado así.

En ese país no se vive sino que se sobrevive, quienes lo conocemos a fondo sabemos que aquello es una guerra y la estamos perdiendo poquito a poquito, porque al futuro de la nación se lo está llevando el hampa o, con un poco más de suerte, un avión.

No hay ironía más mórbida y real para ilustrar todo esto que digo que el cuento de OneChot, un tipo que se convirtió, sin proponérselo, en el tapón perfecto para la gran boca que dijo que su "Rotten Town" era pura exageración, algo que no representa la realidad venezolana.




Pues mientras esos grandes bocones continúan negando lo que pasa, poco a poco en Venezuela el pueblo se va extinguiendo.

No se dan cuenta que a este paso se van a venir quedando sin gente a la cual mentirle.

Claro, porque mientras ellos se protegen con su intento de revolución se olvidan de la persona común que se juega la vida todos los días como una morbosa lotería.

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