Con la tecnología de Blogger.

Tú no los ves porque son invisibles



Cuando estás en Venezuela Los Amigos Invisibles son algo así como una eminencia. Hay quien los ama, hay quien los respeta, pero es difícil encontrar a quien los odia. Son la insignia de la música hecha en Venezuela, los que ganaron reconocimiento afuera cuando más nadie lograba cruzar la frontera.

Cuando Los Amigos Invisibles agendan show en Venezuela, no ir es pecado capital. Un pecado que por mil razones distintas yo siempre cometí.



Así es, la primera vez que vi a Los Amigos Invisibles fue este miércoles, en Santiago de Chile.

El otro día conversaba con mi mejor amiga sobre lo fuerte y extraña que es la nostalgia. Considerando que salí de Venezuela simplemente porque siempre lo quise, y que a diferencia de la mayoría de los que se van,  nunca tuve mayor necesidad de hacerlo, mi proceso de salida del país que me vio crecer ha sido muy distinto al de mis demás amigos y conocidos.

Yo no extraño vivir en Venezuela. Extraño la playa, extraño andar por la calle en falda y sin medias panty, extraño los tequeños, las mandocas y el pasticho de mi mamá, extraño a mi familia, mis amigos, pero no extraño vivir en mi país y la verdad, no volvería a vivir allá.


Para mí Venezuela es como el primer amor: Lo amaste y lo vas a amar siempre, le debes de todo, lo recuerdas con cariño porque te cambió la vida y agradeces absolutamente todo lo que ocurrió - hasta lo malo - pero se quedó ya en el recuerdo y aunque pudieras, no volverías a él ni porque te pagaran.


Cuando anunciaron que venían a Santiago Los Amigos Invisibles, un pedacito de mi país, de mi idiosincracia y mi cultura, por supuesto que me emocioné, pero mi emoción no venía porque ame a esta banda como tal -sí, me gustan mucho, pero tengo que luchar contra mi yo feminista cada vez que dejo de bailar con sus canciones y empiezo a prestarle atención a sus letras -, sino porque la oportunidad de verlos y escucharlos era una ventanita hacia mi país, como comer arepas o hablar con algún maracucho.



Lo más lindo de esa noche fue darme cuenta que yo no era la única venezolana en el Subterráneo sino que éramos muchísimos, y que nos reconocíamos entre nosotros, porque aunque yo no extrañe a Venezuela siempre va a ser rico toparte con aquello que conoces y que aprecias, aunque sea por sólo una noche.


Para ser bien sincera el show estuvo increíble, y no creo que haya sido mi sola opinión porque ese público saltaba y bailaba como nadie, cosa que me he dado cuenta con el tiempo que a los chilenos no se les da muy fácil. Durante dos horas que pasaron volando Julio, Cheo, Armando, el catire, Mauri y Mamel se comieron completo al Subterráneo, bailando mejor que nadie, echando chistes, improvisando, coqueteando y en total, mostrándole a Santiago cómo somos los venezolanos, que nos reímos de todo, nos divertimos con lo que sea y no nos tomamos en serio ni a nosotros mismos.

Más que una reseña, este post viene de la nostalgia y del cariño, porque siempre es lindo recordar por qué amas tanto a un sitio aunque sepas que lo mejor que pudiste hacer fue dejarlo atrás.





Revisa en mi flickr más fotos del show, y si lo que quieres es escuchar el setlist, nada más dale play por acá:





0 comentarios: