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El camino sigue ahí


Por 20 años de mi vida viví en Venezuela, y en ningún momento de los 23 que llevo encima me he avergonzado de ello. Todo lo que soy hoy se lo debo a Venezuela, hogar de las personas que más amo y he amado.

A mí no me digan, entonces, que con Chávez mi país tiene lo que se merece.

Nadie merece vivir con miedo, nadie merece a un ladrón que se robe el fruto de su trabajo y su sustento para regalárselo a sus amigotes que nada hicieron para obtenerlo excepto aplaudir y asentir cuando se les exigió. Nadie merece que lo insulten, que lo denigren, que lo ignoren, simplemente por no pensar como el que tiene más poder. Nadie merece que lo echen de su país, que lo alejen de su familia, que le quiten la esperanza y llenen lo que le rodea del más puro odio, resentimiento e intolerancia. Nadie merece vivir en la calle, ni que le prometan cosas que jamás se van a cumplir, nadie merece que le mientan ni mucho menos que lo tomen por idiota y ciertamente, mi país no merece nada de eso.

Sí, 54% de Venezuela votó por seis años más de un gobierno que se ha vuelto intolerable para el resto. Las razones por las que lo hicieron las desconozco, y sé que aún si las conociera no las entendería, porque por más que busco en mi vida la objetividad, habiendo conocido a fondo y desde todos los ángulos la Venezuela de Chávez no hay manera alguna de que pueda apoyarle.

En mi país hay millones de problemas y, no sé si será un mal latinoamericano, si viene desde la Cuarta República o si es que se lo trajo este señor consigo, pero el caso es que uno de ellos es esa mala costumbre de ver al político como el responsable del cambio, sin entender que un político es un empleado público, elegido para desempeñar una tarea: La de llevar un país hacia adelante. El político no es un mesías bajado del cielo que vino a hacernos el favor de salvarnos. El político no es el camino, y ni siquiera creo que merezca ser llamado el guía.

Muchos me criticaron por este comentario:

¿Qué hace a esa gente que idolatra, sigue, besa y se arrodilla ante Capriles por verlo como el salvador de la patria distinta de un chavista? Nada, el color de la franela solamente. 

El día que en Venezuela entendamos que el político no es dios, ni un novio, sino un empleado al que hay que exigírsele buenos resultados como a cualquier otro, es que vamos a salir de este hueco en el que estamos.
Pero hoy más que nunca me mantengo firme ante lo que dije ¿Por qué? Porque desde el momento en que fueron anunciados los resultados a estas elecciones la desesperanza pareció apropiarse de todos aquellos que horas antes estaban llenos de fe.

En medio de su odio y su despecho se les olvidó notar que seis millones de personas apostaron por un cambio, seis millones que hace seis años no existían.

A ellos solamente les digo esto, porque se hace tarde y la tristeza que siento por mi país y mis 28 millones de compatriotas - Sí, incluso por los que dejaron de votar y los que votaron por Chávez, nadie necesita más odio - me hace difícil hasta seguir escribiendo:

El camino sigue ahí. El camino no es un hombre. El camino ni siquiera tiene por qué ser la mayoría. Dense cuenta de eso y si de verdad quieren algo, acuérdense que ahora hay una rendija abierta en el futuro de Venezuela, sólo falta que quienes quieran meterse a través de ella lo hagan, porque el camino lo trazamos todos.

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