Con la tecnología de Blogger.

Party Poopers Afuera



La primera vez que fui a un concierto estaba a pocos días de cumplir doce años. Los Backstreet Boys llegaban por primera vez a Venezuela y por algún milagro divino de los dioses del pop también a Maracaibo, mi ciudad. Yo, que veía el Top 10 de MTV todos los días para asegurarme que mis ídolos todavía seguían entre los primeros lugares, y se lo tomaba como una ofensa personal cuando no, tenía todos sus discos y un par de cassettes, me sabía las coreografías, quería casarme con Nick Carter y engañarlo con A.J., obviamente no me lo iba a perder.

Así que ahí estaba yo ese día, en medio de miles de niñas gritonas, cuando salieron al escenario y todas empezamos a saltar, cantar y llorar como si no hubiese mañana, y en medio de todo ese caos recuerdo haber pensado en lo increíble que se sentía absorber la energía de toda esa gente a mi alrededor, como de alguna manera y aunque no nos conocíamos, todos estábamos unidos mirando a un mismo lado, cantando una misma canción, bailando, sintiendo la misma emoción y amor por la música...

Han pasado más de diez años desde ese concierto y he ido a montones más, pero todavía hoy puedo decir con toda la confianza que una de las cosas que más me llena es ver a una banda en vivo.

Y es que no importa si es Morrissey o Al Cruzar la Calle, si son setenta mil personas las que te acompañan o no pasan de cincuenta, cuando lo que estás escuchando de verdad te gusta lo único importante es ese momento.

Mi mamá no se explica por qué me gusta tanto un concierto, con un montón de gente que te empuja, huele a sudor, te echa el humo del cigarro en la cara, te pisa y te grita en el oído. Quizás si lo ves desde ese punto no tenga mucho sentido la cosa, pero lo que siempre le digo es que no se trata de ello, se trata del hecho de que esa gente que te empuja, te pisa, te grita y te ahoga con su cigarro está ahí por el mismo motivo que tú, para durante hora y media sentir lo mismo que tú estás sintiendo, moverse al mismo ritmo y cantar las mismas palabras.

Se trata de que en ese momento en que esa gente que fuiste a ver se monta al escenario y empieza con lo suyo sientes, o al menos yo siento, que eres parte de algo muchísimo más grande, que aunque nunca llegues a estar de acuerdo o siquiera conocer a los que te rodean, durante ese instante lo que los divide no importa.

Se trata de ese escalofrío que te recorre la espalda cuando escuchas la canción que más te gusta ser tocada en vivo, de las improvisaciones y hasta los errores que puedan haber en esa versión que ahora escuchas, de la emoción que sientes al cantar lo mismo que los que están en el escenario, al mismo tiempo y con la misma intención. Se trata de lo real que la gente en esa tarima se siente ahora que están frente a ti, que te están hablando y, literalmente, tocando para ti. Se trata de ese punto en el que comprendes que aquella canción que tanto escuchaste en tu iPod o en la radio fue hecha e interpretada por alguien de carne y hueso, alguien que respira, come y caga y que en este momento está parado a metros de ti.

Me disculpan, pero nada suena tan bien como cuando suena en vivo, saliendo de la boca y los instrumentos de alguien a quien puedes ver en tres dimensiones.

En Venezuela hay un número asombrosamente bajo de conciertos al año, al menos de gente que no sea Olga Tañón o Chayanne, así que asistir a uno es para cada quien una ocasión tremendamente especial. En mi caso, cuando vivía allá ir a un concierto implicaba viajar diez horas hasta Caracas o alguna ciudad cercana, gastar todo el dinero que ese viaje conllevaba además de la entrada al show, dormir arrimada en casa de algún amigo lo suficientemente amable como para prestarme su cama y, cuando empecé a trabajar, hacer el viaje de regreso durante toda la noche para a las 9 de la mañana estar sentadita en mi oficina como si nada hubiese pasado. Aún así lo hice cada vez que pude.

En Santiago la cosa es completamente distinta. Desde que llegué no ha pasado un mes en el que no haya ido a al menos un par de shows, grandes o pequeños, de bandas locales o artistas mega internacionales, no hay discriminación - En Maracaibo hasta los recitales de bandas locales eran escasos - y aunque eso implica que hoy soy más pobre que nunca, no podría ser más feliz tampoco.

No sé si en verdad tenga algo que ver, pero a veces siento que el haber crecido extrañando todo esto me ha hecho apreciarlo de una manera totalmente distinta ahora que lo tengo. Para mí ir a un recital sigue siendo algo sumamente especial y que espero con emoción. El sólo hecho de estar ahí se siente  como un privilegio, porque la banda/artista que estoy viendo ha trabajado mucho para llegar a este punto y aquel que está entre el público ha pagado, o al menos ha brindado su tiempo para apreciarlo.

Escribo todo esto porque a veces siento que el público chileno está malcriado. Aquí un concierto se transforma en muchos casos en un evento social, al que vas simplemente porque es chévere que te vean ahí y que cuentes que fuiste, porque esas fotos que estás subiendo en Instagram seguro van a tener muchos likes y publicar que viste a XXXX en tu blog y redes sociales te dará un montón de cool factor, "MIRA LO MELÓMANO QUE SOY JIJI".

Recuerdo haber estado viendo a Mogwai y escuchar cómo el tipo de atrás jugaba en su celular sin siquiera tener la decencia de apagar el sonido, cuando tocaba Best Coast y se escuchaba entre pausas un murmullo colectivo de gente comentando los tragos o planeando si se quedaban para la fiesta post show o se iban a otro lado, o más recientemente, mientras tocaba Pulp en el Primavera Fauna, mis amigos y yo a punto de agarrarnos con una tipa que no sólo habló gritando a todo pulmón durante varias canciones, sino que además nos mandó a irnos nosotros a otro lado si no la queríamos escuchar cuando le pedimos que bajara la voz.

En esta época en la que todo se graba, se fotografía y se tweetea, parece que se nos olvidó lo verdaderamente importante, que es estar ahí en el momento, viviéndolo y absorbiéndolo. Se nos olvidó la experiencia, se nos perdió en medio del faranduleo y el "yo estuve ahí", uno que no sirve de nada porque al momento de contar qué tal te pareció el show resulta que ni te acuerdas porque andabas más ocupado de tomarte fotos y contarle al de al lado lo que hiciste ayer.

Sería tonto e incorrecto de mi parte pedir que todos sientan la misma emoción que yo al asistir a un show. Sí, hay gente que va a conciertos nada más porque lo invitaron, porque no tenía nada mejor que hacer o porque le gusta una canción de la banda y le dieron ganas de ir a ver qué tal el resto de su material, todo ello es perfectamente aceptable y comprensible, mas así como no te sientas en la sala de cine a hablar por teléfono - O NO DEBERÍAS - ni entras a un funeral vestido como bola disco y contando chistes, por favor, por mínimo respeto a los que están en el público y el escenario, deja el cuento de la que te hizo tu ex para más tarde, o pon tu celular en silencio y vete al rincón a jugar tranquilo, sin molestarnos a nosotros que sí estamos ahí para aprovechar lo que está ocurriendo.

Esta es una petición no sólo mía, sino de todos esos fanáticos intensos que nos tomamos estas cosas a pecho porque vivimos para ellas, ya que así no estés ahí por las mismas razones que nosotros, nadie te dio derecho a aguarnos la fiesta.


0 comentarios: